miércoles, 7 de noviembre de 2012

SdeH 75 En estos días de muertos.


En estos días de Muertos, no puedo menos que pensar en nuestra finitud y a la vez, en el milagro de que estemos aquí, vivos.  Y en torno a ello, no puedo sino considerar qué triste concepto de la muerte el de esta cultura occidental narcisista contemporánea: el terror a la muerte fruto de reducir el universo al estrecho y ridículo ámbito del propio yo; pánico a la muerte que se traduce en el pretender a toda costa el conservar la apariencia juvenil como si ésta fuera un antídoto, un conjuro contra nuestra propia e inexorable finitud; el pánico a las arrugas, el denostar y marginar a los mayores, en los que vemos los retratos anticipados de nuestro propio futuro, miedo que nos lleva a despojar a la ancianidad de toda virtud; el pretender conservar la vida a toda costa, aunque sea una seudo vida, antinatural, de despojos humanos; el creer que después de nuestra muerte ya nada importa, sin entender que estamos aquí  formando parte de la cadena infinita de la vida. Visión occidental estrecha de nuestro breve paso por la tierra, que explica los aberrantes resultados de la economía actual y la depredación ecológica del planeta. Después de nosotros, el diluvio.   Gracias a Dios que en México, a través del culto a los Muertos, de nuestras tradiciones populares, seguimos conservando ese sentido de relación generacional, de valor profundo que en el Halloween mercantil se despoja de todo sentido de trascendencia.
De lo único que tenemos absoluta certeza, es de lo que la cultura occidental denomina nuestra muerte. Y la vida es riesgo; hablando a título personal pudiendo haber llegado mi deceso así, como llega, sin aviso, mucho antes, he alcanzado una edad que en otra época hubiera sido un exceso de longevidad.
     Considero que he tenido una existencia feliz. Estar aquí, vivo, puede considerarse un verdadero milagro; haber sorteado campos de concentración, enfermedades y privaciones solo puede deberse a la profunda fuerza de la vida.
¿Por qué tener miedo a la muerte? Tal vez, solo sea la reacción natural, instintiva, de dejar de existir como la entidad que ahora reconozco como mi persona; pero más allá de esto, seguiré incorporado a la trama de la vida. La muerte no es el final; es nuestra reintegración al ciclo eterno de la vida. Es cumplir con nuestro papel entre los que nos antecedieron y los que nos sucederán.
La idea de morir no me entristece: es mas, me llena de paz; he cumplido con mi papel generacional, debo de dejar lugar a mi hijo; no obstante  seguiré aquí, hermosamente ubicado, en sus genes, en el litoral donde esparcirán mis cenizas; serviré tal vez, de nutriente a una planta, a las algas, moluscos o peces que viven entre las rocas y seguiré así, hermosamente enlazado con la trama infinita de la vida: serviré de puente entre toda la vida que que me antecedió y que llevo conmigo y las generaciones futuras de animales y plantas y tal vez, si mis células tienen memoria tal vez también tengan conciencia y yo pueda verme a mí mismo como parte de otro ser. Y no sé si las ideas o los sentimientos sean alguna otra forma de materia; al menos, sabemos que ellos pueden dejar huella en los seres vivos. Así, puedo haber dejado algo de mí en mis semejantes; algo de lo bueno que haya podido darles.
Entonces, creer que se está solo, es algo triste y fútil porque Yo  soy mas que yo; soy el receptáculo de generaciones anteriores, soy un crisol de razas; llevo a mis ancestros conmigo. Mis ancestros ven a través de mi y pueblan mis sueños con consejos, con sus experiencias vividas; siento a veces que llevo a mi abuelo conmigo; si no, ¿cómo explicar esa familiaridad, ese sabor de “dèja vu” que me asalta ante lugares que visito por primera vez?¿Y ese amor por aromas y colores nuevos?¿Cómo explicarlos? Ellos -mis ancestros- ven a través de mis ojos, así como yo veré a través de los ojos de mi hijo; perviviré a través de su sentir, de su vida.
No puede haber tristeza en todo esto; solo el placer de haber cumplido con una parte del ciclo eterno de la vida; hemos estado aquí desde siempre y seguiremos, formando parte de esa pirámide infinita de las generaciones, al servicio de ese milagro pleno de azares que es la vida; de ese fruto del azar biológico que es el género humano, que medra y pervive en este minúsculo planeta perdido en la inmensidad del Universo.
Para “Señales de Humo”
Emilio Vega Martín.

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