En estos días
de Muertos, no puedo menos que pensar en nuestra finitud y a la vez, en el
milagro de que estemos aquí, vivos. Y en
torno a ello, no puedo sino considerar qué triste concepto de la muerte el de
esta cultura occidental narcisista contemporánea: el terror a la muerte fruto
de reducir el universo al estrecho y ridículo ámbito del propio yo; pánico a la
muerte que se traduce en el pretender a toda costa el conservar la apariencia
juvenil como si ésta fuera un antídoto, un conjuro contra nuestra propia e
inexorable finitud; el pánico a las arrugas, el denostar y marginar a los
mayores, en los que vemos los retratos anticipados de nuestro propio futuro,
miedo que nos lleva a despojar a la ancianidad de toda virtud; el pretender
conservar la vida a toda costa, aunque sea una seudo vida, antinatural, de
despojos humanos; el creer que después de nuestra muerte ya nada importa, sin
entender que estamos aquí formando parte
de la cadena infinita de la vida. Visión occidental estrecha de nuestro breve
paso por la tierra, que explica los aberrantes resultados de la economía actual
y la depredación ecológica del planeta. Después de nosotros, el diluvio. Gracias a Dios que en México, a través del
culto a los Muertos, de nuestras tradiciones populares, seguimos conservando
ese sentido de relación generacional, de valor profundo que en el Halloween
mercantil se despoja de todo sentido de trascendencia.
De lo único
que tenemos absoluta certeza, es de lo que la cultura occidental denomina
nuestra muerte. Y la vida es riesgo; hablando a título personal pudiendo haber
llegado mi deceso así, como llega, sin aviso, mucho antes, he alcanzado una
edad que en otra época hubiera sido un exceso de longevidad.
Considero que he tenido una existencia
feliz. Estar aquí, vivo, puede considerarse un verdadero milagro; haber
sorteado campos de concentración, enfermedades y privaciones solo puede deberse
a la profunda fuerza de la vida.
¿Por qué
tener miedo a la muerte? Tal vez, solo sea la reacción natural, instintiva, de
dejar de existir como la entidad que ahora reconozco como mi persona; pero más
allá de esto, seguiré incorporado a la trama de la vida. La muerte no es el
final; es nuestra reintegración al ciclo eterno de la vida. Es cumplir con
nuestro papel entre los que nos antecedieron y los que nos sucederán.
La idea de
morir no me entristece: es mas, me llena de paz; he cumplido con mi papel
generacional, debo de dejar lugar a mi hijo; no obstante seguiré aquí, hermosamente ubicado, en sus
genes, en el litoral donde esparcirán mis cenizas; serviré tal vez, de
nutriente a una planta, a las algas, moluscos o peces que viven entre las rocas
y seguiré así, hermosamente enlazado con la trama infinita de la vida: serviré
de puente entre toda la vida que que me antecedió y que llevo conmigo y las
generaciones futuras de animales y plantas y tal vez, si mis células tienen
memoria tal vez también tengan conciencia y yo pueda verme a mí mismo como
parte de otro ser. Y no sé si las ideas o los sentimientos sean alguna otra forma
de materia; al menos, sabemos que ellos pueden dejar huella en los seres vivos.
Así, puedo haber dejado algo de mí en mis semejantes; algo de lo bueno que haya
podido darles.
Entonces,
creer que se está solo, es algo triste y fútil porque Yo soy mas que yo; soy el receptáculo de
generaciones anteriores, soy un crisol de razas; llevo a mis ancestros conmigo.
Mis ancestros ven a través de mi y pueblan mis sueños con consejos, con sus
experiencias vividas; siento a veces que llevo a mi abuelo conmigo; si no,
¿cómo explicar esa familiaridad, ese sabor de “dèja vu” que me asalta ante
lugares que visito por primera vez?¿Y ese amor por aromas y colores
nuevos?¿Cómo explicarlos? Ellos -mis ancestros- ven a través de mis ojos, así
como yo veré a través de los ojos de mi hijo; perviviré a través de su sentir,
de su vida.
No puede
haber tristeza en todo esto; solo el placer de haber cumplido con una parte del
ciclo eterno de la vida; hemos estado aquí desde siempre y seguiremos, formando
parte de esa pirámide infinita de las generaciones, al servicio de ese milagro
pleno de azares que es la vida; de ese fruto del azar biológico que es el
género humano, que medra y pervive en este minúsculo planeta perdido en la
inmensidad del Universo.
Para “Señales
de Humo”
Emilio Vega
Martín.
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