miércoles, 7 de noviembre de 2012

SdeH 74 FIC Festival Internacional Cervantino.


En Guanajuato, allá por los cincuentas, Enrique Ruelas, inicia la presentación de los entremeses cervantinos. Obras sencillas, del gusto popular, que a partir de ese entonces, se insertan en una forma natural en el ambiente cultural vigente.
Pensemos que Guanajuato es una “rara avis” entre las ciudades mexicanas.
Ciudad de mentalidad cristera. Universidad - Colegio del Estado a la que no llegaron los vientos del 68. Universidad reacia a establecer subversivas Facultades de Economía y Sociología. Silvestremente apolítica. Ínsula limbo, único refugio de la hispanidad en el México posrevolucionario. Ciudad de folclor local criollo que subsiste a despecho de ese México rural mestizo de mariachis, tamboras, ferias y palenques que bulle al otro lado de esos áridos muros-montaña que copan y aíslan la Ciudad.
Españolería recalcitrante que durante décadas rinde homenaje a Cervantes, vía entremeses dirigidos por Enrique Ruelas, bajo la tutela y dirección de las eminencias locales que hacen de “La Casa de la Troya” de Pérez Lugín, Biblia y libro de cabecera y consecuentemente, Santiago de Compostela se erige en lugar paradigmático a emular, estudiantinas tunas y callejoneadas. Eventos cotidianos, reproducidos aquí, por los que desfila todo guanajuatense de prosapia, actuando y cantando. Actividades orgullosamente incorporadas al currículum como formación cultural y desfogue juvenil.
Ciudad microcosmos sui géneris, ensimismada, de las “buenas conciencias” de Carlos Fuentes. Ciudad venero inagotable para que su hijo - oveja negra - Jorge Ibargüengoitia, ante el pavor de la “casta divina” local, se dedique, con singular fruición, a exhumar esqueletos de dudosos antecedentes que moran en los armarios familiares del Paseo de la Presa.
Pero, hete aquí, que en un extraño día, se altera la tranquilidad de este limbo hispánico cultural. Siendo el Virrey en turno el que responde al apellido de “del membrillo”, los ímpetus quijotescos gubernamentales encuentran su digno marco; los afanes turístico-culturales nacionales descubren la herencia hispana. Aunque de poco sirve la idea local de un Festival que gire en torno a la hispanidad. La Ciudad se ve invadida por las huestes doctamente cervantinas provenientes del Valle de México. Cervantes se vuelve caldo de todos los moles culturales: los del Centro lo saben mejor. El grupo de teatro “Old Vic” londinense en inglés; la “Comedie  Française”, obviamente en francés; el teatro germánico en alemán y hasta el mexicano Emilio Carballido ¡sorpréndanse ustedes¡ en polaco.
La Ciudad es expropiada para fungir como escenografía en reventones culturales y de júniors. Ciudad mocha, se torna por unos días, frívola y casquivana.
El Mundo descubre Guanajuato y de rebote, el país descubre las estudiantinas.
Confinados en sus aposentos, los lugareños ven como sus plazas y calles son invadidas por gente de todas raleas, colores y lenguas.
1972 a 1982, son los años de administrar la abundancia, años de boato cultural.
Años de ver en la Plaza de San Fernando, el “Esperando a Godot”. Años de marionetas checas; de escuchar a Heitfetz; de atender el reclamo de Rampal que, cual flautista de Hamelin, nos convoca desde el Templo de la Compañía; de correr anhelante, de evento en evento. De escuchar a Chava Araujo, juglar, anarquista mayor, que en la escalinata del Teatro Júarez, emprende fogoso discurso político, abordando sin vacilaciones el difícil arte de no decir nada, con el máximo de palabras, en tono y ademanes marcadamente convincentes.
Años de Festival elítico y pomadoso, en el que se escuchará al flautista Ransom Wilson, traído para actuar como solista – solo 15 minutos – en el estreno mundial de una obra de Leonard Bernstein, dirigiendo el propio compositor a la Filarmónica de Israel. Asistir en el Teatro Júarez a esa borrachera de breves pas de deux interpretados por lo mas granado de los bailarines a nivel mundial.
Y después de 1982, fin del sueño: el Ogro Filantrópico entra en crisis económica y se ve tocado por el germen neoliberal. El progresivo estrangulamiento presupuestal del evento, corre paralelo al incremento de júniors visitantes, atraídos por este lugar, declarado por unos días, “ciudad abierta”, lugar donde todo se vale.
Ciclo de años de incertidumbre cervantina. A principios de los 90, rumores de que el Festival se privatiza. Perspectiva que atemoriza a los cultos asistentes habituales que se imaginan – no sin razón – que la Secretaría paralela de Cultura se hará cargo del evento y con ello, Raúl Velasco sea nombrado coordinador y que en consecuencia, el Ballet de Canadá sea reemplazado por el de Televisa; que Yuri sustituya al Noneto de Viena; que Cepillín tome por asalto la Compañía; que Gloria Trevi reemplace a Gregorio Paniagua; que el Deller Consort ceda su lugar a Garibaldi; que Pandora desplace a Ray Charles y Julio Iglesias a Serrat; que Chabelo acapare todos los actos destinados al público infantil; que en los actos literarios Tahlía ocupe el lugar del Maestro Arreola y como colofón, Don Raúl Velasco, en el Templo de la Valenciana, les regale con fragmentos escogidos de su obra “Mi Rostro Oculto” en los que haga gala de sus quijotescas inclinaciones. Y todo esto, para hacer rentable el Festival.
Afortunadamente, ninguno de estos presagios se cumplió. Y ahora se ha consolidado a despecho de todas las peripecias que hubo de sortear.
Para “Señales de Humo”
Emilio Vega Martín. 

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